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Un hombre humilde, una persona que se hizo hermano de todos y evangelio viviente y comprensible para los indígenas, mulatos, negros y más pobres.
El Santo Hermano Pedro de San José Betancur, era de origen español, específicamente, de las Islas Canarias pero realizó con amor y celo apostólico su misión evangelizadora con los indígenas, los pobres, los niños, los enfermos, los moribundos, es decir, con todos, en Guatemala como fruto de su contemplación de Jesús, Verbo Encarnado especialmente en dos momentos en Belén y en la Cruz.
Vivió en tiempos coloniales en constante oración y acción: su plegaria, su íntima unión con Dios la proyectaba en su diario vivir en el trato abnegado con su prójimo, mientras cargaba a un enfermo o le daba de comer, mientras enseñaba catecismo a los niños o pedía limosnas sea para pagar un maestro que les enseñara a leer y escribir o para ofrecer misas por los difuntos.
Era una enamorado del Sacramento de la Eucaristía, del Misterio de Belén, del Misterio de la Cruz y de la Santísima Virgen María y lo reflejaba en gestos, actitudes y acciones concretas en favor de los más necesitados de salud, amor, acogida, reconciliación, conversión, alimento, entre otros.
La frase que repetía todas las noches con una campanilla era: “Acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos”. Gozoso y lleno de méritos, partió hacia la Casa del Padre Dios el 25 de abril de 1667. Vivió sólo 41 años pero intensa y amorosamente entregados al servicios de los más pobres.
SS Juan Pablo II lo canonizó el 30 de julio del 2002.
La Madre Encarnación fue el instrumento elegido por el Señor para continuar la obra iniciada por el Hermano Pedro. Verdaderamente inspirada por el Señor, reavivó la llama encendida por el Santo Hermano Pedro.Se destacó por ser orante, emprendedora, promotora de la mujer y de los pobres y una gran educadora.
María Vicenta Rosal nació en Quetzaltenango, Guatemala, el 26 de octubre de 1820, donde hoy está ubicado el Colegio de Señoritas que lleva su nombre. Ingresó a las Beatas de Belén a los 18 años.
Era una religiosa de intensa oración, sentido eclesial y una gran educadora. Promovió la educación de la mujer en tiempos que era impensable o mal visto. Fue una madre tanto para sus hermanas de comunidad- al punto de que todas se sentían preferidas- como para las alumnas, las pobres, en fin, los destinatarios de su misión. Una de sus frases era: “Que se pierda todo, hijas mías, pero que no se pierda la caridad.»
El Jueves Santo 9 de abril de 1857, Dios la escogió para ser su confidente y encargarle una misión especial. Ella estaba en oración meditando en la traición de Judas cuando escuchó una voz interior: «Los hombres no celebran los dolores de mi Corazón» y así poco a poco fue descubriendo que Dios la llamaba a impulsar la devoción a los Dolores Íntimos del Sagrado Corazón de Jesús. Al tiempo e inspirada por el Señor elaboró el ejercicio piadoso de las diez lámparas en las que relaciona un momento de la Pasión, un mandamiento quebrantado y una forma de reparar.
Dios la llamó a su presencia el 24 de agosto de 1886. Tenía 66 años. Su cuerpo está incorrupto en Pasto, Colombia. Es la primera beata centroamericana.